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Mostrando entradas de diciembre, 2020

#11

  Todo el mundo, entero, a un lado de la balanza -todo lo que cabe en él- para que pese más que mi corazón inflamado. Aunque tengo esta coraza hecha de acero, esta mirada de plata; aunque tengo esta lengua de oro y una cota de malla llena de dragones grabada, el mundo no me pesa nada y salto. Se me caen las piedras semipreciosas de la boca -sin querer- igual que las lágrimas, que la saliva, que las caricias sobre tu piel mientras salto alrededor del fuego. Hasta que invoco con mi respiración al pasado y los relámpagos del corazón me llegan hasta el fondo del cerebro... Hasta que salto, y aterrizo en los surcos que he dejado, en la tierra encaminada, siguiendo los pasos profundos de un árbol retorcido. Entonces empieza la extenuación de las debilidades, el galopar sin sombra de las sensaciones, mientras cargo solo el peso que me importa y me quedo solo con el tesoro que no pierdo.

#10

  En el camino de salida tu voz hizo girarme. Y ahora tu piel se ha hecho de humo y tu boca, de liquidos; nuestro sexo felino... de polvos humanos. ¿Cómo no llevaré la nostalgia agarrada a la garganta? Estoy templado, templado todo el día, como templado todo el clima; templado el café y templado el oído. Estoy templado como la luz, como la rabia. Estoy templado, y ya no me puedo encender sin combustible. Tengo el móvil pegado a la cara, a la nariz, al cariño y al calor, y solo hago de madera y ceniza,; de temblor y frenesí en este etapa hasta la cúspide. Porque ahora ya he tenido que salir del fuego; que ver a tántalo como a un padre. Ahora me congelé en la búsqueda de ti hasta dormir en tu lado de la cama.

#9

  Me crecen las caras igual que los corazones, a latidos, pero da igual, hay punto y final al desvanecimiento. Hay una progenie de inercias en mi boca que sacan al Sol de su pereza... Y estoy ahí, con la ceniza en los tobillos y el ardor en la cabeza. No me voy a detener, ni en los cristales, ni en el asfalto maduro, ni en los conductos de la noche ni en la perversión de mis prismas. Me royeron las riendas sus colmillos pero a estas alturas siguen el curso por mi ternura y mi rugido. Y no lo ve el cielo, porque solo ve mi brillo... No lo ve la tierra, porque solo ve mi brillo... Pero te acomodaré las nubes, traeré las flores; te besaré la lengua hasta que el día empiece con mi infinitud de labios; y tú sí verás -detrás del brillo- mi sonrisa y pupilas inestables.